jueves, 26 de febrero de 2009

Oh, Jeremy!!


Tengo bastante sueño. Sólo voy a decir que no me arrepiento en absoluto de haber invertido 15 euros y una hora y media de mi vida en este concierto. Me he vuelto a enamorar. Si tuviese dinero, repetiría pasado mañana en Zaragoza. ¡¡¡¡¡¡¡BRAVOOOOOOOOO!!!!!!!!

Sólo he hecho la caca de foto que veis aquí arriba porque no me gusta bombardear a flashazos con el modo nocturno de la cámara a los pobres músicos.

Con esta canción he echado en falta un mechero (vaya punteo bonito de guitarra -minuto 2:55 del vídeo-):



martes, 24 de febrero de 2009

Pesadilla en el autobús

Ayer por la mañana me tenía que venir desde Estepona. Mi hermana, que estaba también allí, recibió una inesperada llamada por la que se vio obligada a volver a Algeciras antes de lo previsto. A mí me vino bien, porque así me iría con ella en el coche y me ahorraría un autobús, pero hubiera preferido que no le fastidiaran el día libre a ella.

Cuando subí al autobús que me llevaría desde Algeciras hasta Sevilla, el conductor pronunció cinco palabras que anunciaban un incómodo viaje: "¡Cada uno a su sitio!" A juzgar por la gente que iba a subir, podía tener una probabilidad de un 5% aproximadamente de ser la afortunada a la que le tocase el último asiento de los que debían ser ocupados. Pero sólo sería afortunada de verdad si, en tal caso, el último asiento asignado contaba con uno libre a su lado. Es decir, que esto reducía mis posibilidades de ser la ganadora de un auténtico viaje cómodo -desplomada entre dos asientos con la cabeza sobre la mochila- a la mitad (no estoy segura... a lo mejor alguien que sepa estadística me crucifica). Un 2,5%. Siendo consciente del porcentaje de mierda que había quedado, me dispuse a mirar mi billete atemorizada: "Asiento 06". ¡Nooooooooooooooooo! Desde aquella vez que gané dos bicicletas de montaña en el bingo de los Urrutias (hace muuuucho tiempo) el azar nunca se ha vuelto a poner de mi lado. Creo que gasté toda mi suerte en esas líneas de números ¬¬. En fin, me coloco en mi asiento, que da a la ventanilla. Me encajo entre el de delante y el de detrás, con la mochila entre los pies. Mi compañero es un hombre bastante grande, de los que necesitan asiento y medio. Pero la verdad es que a su lado me siento cómoda. Al menos yo puedo apoyar las rodillas contra el asiento de delante, dejando los pies caer. Él no puede ni moverse, el pobre. Saco mi bolsa de anillos de maíz. Cuando me he comido tres o cuatro el conductor se asoma haciendo recuento y me dice que no coma en el autobús. Tras cinco minutos en marcha, empiezo a sentir claustrofobia. Saco un libro, aunque me maree leer en el autobús, para olvidarme de que me esperan dos horas y tres cuartos así. Entonces el del asiento contíguo saca una lata de cerveza. Odio el olor de la cerveza si la bebe otra persona, y más en las condiciones en las que me encuentro. Delante, dos señoras han hecho buenas migas y no paran de hablar: de Los Pilares de la Tierra, de su yerno una, de su nuevo nieto otra... Pero no me molestan, seguro que son de esas mujeres que con poco que te conozcan, te reciben con los brazos abiertos y una bandeja repleta de surtido de charcutería, queso y piquitos en su casa. Por otra parte, el conductor no para de hacer zapping radiofónico. En un minuto se escucha una canción electro francesa, la melodía de cadena dial ("Cadeeeeeeena Diaaaaaal"), unos locutores debatiendo sobre la crisis, un trozo de alguna de las tropecientas mil canciones iguales de La Oreja de Van Gogh, algo de música clásica... Al final se decanta por Cadena Cien, y yo sin pilas en el MP3. El hombre de al lado empieza a eructar por la nariz. Pensará que así no se nota, o le dará igual que se escuche ese sonido asqueroso -algo así como "mmmbrrruufffff"-. Y yo tuve que guardar mis anillos. Me entran ganas de preguntarle al conductor si beber cerveza y eructar (aunque sea con la boca cerrada) en el autobús no está prohibido. Cuando se acaba la lata la guarda en un bolso rojo de bandolera que lleva. Entonces saca un chicle de menta y empieza a masticarlo de forma estruendosa. Ahora alterna eructos con la boca cerrada y "ññññiaaaammmsss, ñiaaaammmssss ttcccchhhhhhhhhhffffs".

Y así hasta la estación del Prado de Sevilla.

martes, 17 de febrero de 2009

Es primavera


Me encantan las azoteas. Allí arriba estoy un poco más cerca del Sol y más lejos del bullicio de la calle. Allí ni siquiera me importa si soy yo o si soy el niño adorable de la fotografía que hay sobre estas líneas. Incluso la suciedad que se acumula dentro de una misma con el paso de los años brilla bajo el sol, brilla tanto como los mofletes suaves y blanditos de una persona que no hace ni media década que puso por primera vez un pie en este mundo. Él aún no se ha manchado, él deslumbra incluso si se esconde entre las sombras. Pero allí arriba estamos empatados. No cuentan los errores que colecciono en el cajón, no cuenta lo que he hecho hasta ahora o lo que tengo que hacer dentro de un rato, no cuenta lo que soy, sólo lo que siento. Noto el amarillo cálido en la punta de mi nariz y me fundo con los rayos de sol, quemando al instante malos recuerdos. Soy yo y soy él. A los dos nos gusta mucho la primavera, seguro.

*La fotografía la he tomado prestada de un fotolog ajeno con permiso de la dueña, hermana mayor del modelazo chiquitito. Me han contado que le gusta bailar breakdance y hacerle fotos a la tele. (L)

martes, 10 de febrero de 2009

Insomnio


5.19 am.

Tengo que hacer 300 copias: "No se bebe café después de las 19.00 h".

Odio pensar que, ya que no soy capaz de dormir, podría estar dando un paseo con la bici por ahí, pero como no se puede confiar en las personas, y menos con la soledad y la oscuridad que reina ahora en las calles de Sevilla, pues me tengo que quedar aquí muerta de asco. Hay cosas que se pueden hacer en casa, pero necesito moverme ahora mismo. Necesito un paseo. Está la azotea, pero me da miedo subir. Nunca he sido amiga de la oscuridad. Alguna vez he ido a coger ropa tendida por la noche y el corazón me late a mil. Me pongo nerviosa, se me caen las pinzas al suelo y al final dejo algunas cosas tendidas y me voy corriendo. Sí, si te asomas se ve bajo una luz mortecina la Alameda, pero yo estoy en el centro de la azotea, rodeada de chimeneas, perfectas para imaginar que un loco asesino te acecha detrás de alguna de ellas.

Mejor me meto en la cama y cuento ovejitas ¬¬.

En la fotografía, mi hermana tras la cámara y yo delante, en un sofá de la Obbio, Redbull en mano. A ver cuándo vienes por Sevilla otra vez, Sandri!

El Yin y el Yang de las meriendas